El marketing político recurre mucho a la popular estrategia del «donde dije digo, digo Diego o Santiago o Errejón».
Estamos ante la última vuelta y la tensión se palpa. Los nervios aprietan carillas dentales al borde del resquebrajo, los cuellos presionan camisas hechas de materiales incapaces de dilatar. Todo está preparado para ver al vencedor, la pareja o lo más probable, al trío (4 no, orgía es multitud), alzarse con el título.
Las condiciones se vuelven cada vez más arduas, la pista se va estrechando, es inevitable la fricción, nada que no arregle algún que otro educado improperio y más acelerador. Hay momentos en los que la competición está tan acusada que muchos tienen clara la estrategia, una parada en VOXes a tiempo quita mucho descalabro del camino.
A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que este artículo no trata sobre un deporte tan audaz como la Fórmula 1. El 28 de abril, si ningún desastre socio ambiental, como una manifestación de mujeres contra los derechos de las mujeres, las detiene, se celebrarán las elecciones generales.
Los sondeos dan a Sánchez por ganador pero sin mayoría absoluta, por lo que se abren dos escuderías, por un lado la que adelanta por la izquierda con Sánchez al volante, Iglesias de copiloto y los independentistas (los nombres propios causan menor impacto psicológico) en la sillita del bebé. Por otro lado, la escudería que adelanta sin complejos por la derecha con Casado al control del aparato, Rivera subiendo y bajando a su antojo y Abascal a remolque, permitiéndole unas veces el enganche y otras no, hay que soltar lastre.
Sea como fuere, a ojos de la opinión pública ambas escuderías avanzan con una rueda pinchada. Los españoles de bien esperan que los progresistas salgan accidentalmente de pista por transportar material antipatriótico en avanzado estado de descomposición. Y los acomplejados ven con malos ojos que los patriotas de bandera en pecho hagan sus últimos ajustes en VOXes, llenando sus depósito de combustible altamente inflamable, pero solo para aquella ínfima parte de la población que se desmarque un poco del antiguo testamento.
Aún así, nada es lo que parece, el marketing político recurre mucho, quizá demasiado, a la popular estrategia del «donde dije digo, digo Diego o Santiago o Errejón». Por lo que una vez más, la incertidumbre es la gran protagonista del Grand Prix, con la diferencia de que en esta competición, el que gane no tiene porqué ser el mejor.
*Ilustración Raúl Arias.